Últimamente no me gusta mucho salir. El ruido, la distorsión, mucha gente, no se puede entablar una conversación, o en mi caso, no puedo escuchar a la gente hablar. Siempre estoy obligado a ir a lugares que no quiero ir, con gente que no me interesa escuchar y peor aún, diciéndome cosas de mí, conclusiones al alero de unas cuantas copas que son condescendientes y que no quiero escuchar. No me interesa caerte bien, no nací para tener un millón de amigos ni me interesa tenerlos.

Pero, ahí estaba ella. Su piel blanca, sus ojos verdes me llamaron inmediatamente la atención.

Cuando llegué no recuerdo haberla visto, tampoco la vi llegar. Simplemente apareció entre un montón de gente que reía y tomaba a destajo. Atrajo mi mirada de inmediato, afortunadamente ella sintió lo mismo, estábamos sincronizados. Me dirigí en su dirección esquivando la falsedad de todos los que estaban ahí, esas putas risas que ya no soportaba. Cuando estuvimos frente a frente nos saludamos con un tímido beso y el mundo se calló por el resto de la noche para poner atención a lo que ella tenía que decir.

Al observarla de cerca pude notar unas cicatrices que no se molestaba en disimular. Me habló de su niñez, de lo feliz que había sido viviendo cada verano en el campo de sus abuelos. De la trágica muerte de sus padres. De las sombras que la acechaban día y noche. Decía que sentía que cuando estaba sola, había espíritus malos que trataban de perturbar su tranquilidad, no sentía miedo pero sí la molestaba y no le permitía llevar una vida normal. Me habló de cuando se enteró que iba a ser madre del único hijo que tiene con un hombre que de “hombre” sólo tenía sus genitales.

((pausa))

Sentí la presencia de fantasmas, espíritus, que me hicieron salir de esa imagen por un momento de niña frágil, sentí una oscura presencia, sentí deseos de matarlos a todos, este mundo debía ser su lienzo de la obra que quisiera realizar con nuestra sangre, no para que otros nos dediquemos a hacer borradores de los bocetos de nuestras vidas.

((fin pausa))

Nunca entendí cómo su presencia pasaba inadvertida para los demás, era demasiado poco común para no querer verla, demasiado superior a cualquiera de nosotros. Por mí que todos se arrodillaran ante ella. “No hagas el mal” me dijo, como queriendo cambiar el rumbo de la conversación y como si adivinara mi pensamiento, “no tengas miedo de hacer las cosas que te asustan” dijo en seguida. Entendía que quizás no quería hablar más de ella así que seguí el juego. Le conté que había sido decepcionado muchas veces, sobre todo por mí mismo y eso era lo peor, porque puedo dejar de estar con todos, pero no puedo alejarme de mi persona, de mis pensamientos y actos. Le dije que me impresionaba su calma, considerando lo que había vivido, que yo no tengo un décimo de su valentía para experimentar lo que ella ha experimentado.

Me dijo que nadie sabe que tiene la valentía de vivir cosas tristes hasta cuando llegan. Me tomó de la mano y me empezó a decir que debía ser fuerte, que ella nunca lo fue y yo debía serlo por ella, por ese amor que sentíamos el uno por el otro. Que debía dejarla ir de una vez por todas. Que nada de lo que pasó era mi culpa. Adoraba las flores que le llevaba todos los fines de semana, pero por sobre todo, amaba el hecho de que siguiera siendo capaz de amar.

 

Hay que verlos correr juntos para entender lo que veo en mis sueños, esos que no se explican con nada. No son imágenes producto de un bello sentimiento, no lo son para nada. Esos sueños que me tienen más despierto que cuando estoy en pie y con los ojos abiertos.